Quizás esto es en cierto modo la catarsis de una aprendiz de profesora de estas mujeres magníficas, que semana tras semana, vuelve a casa habiendo sido alumna en lugar de profesora. Son embargo, soy de las personas que está convencida de que es mejor agarrar los problemas de la solapa y mirarlos fijamente a los ojos, para que estos dejen de dar miedo.
Con
esta reflexión os cuento como una sencilla visita a un museo se
puede convertir en una aventura a lo Tadeo Jones sin moverse de
Madrid. (un 2x1 como diría Carrefour) Aparcaremos en el relato las
lágrimas, los nervios y el drama y nos quedaremos con lo bueno, que
es mucho. Que es todo.
Era
una tarde fría pero soleada de un 24 de enero, cuando emprendimos
nuestra excursión al Museo de San Isidro. Íbamos ilusionados todos.
(Veinticinco alumnas y 6 profesores) En primer lugar, porque muy
pocos habíamos visitado el museo de nuestra ciudad que había estado
tantos años cerrado y escondía tantos tesoros de nuestros orígenes.
Segundo, porque era la primera actividad en la que el grupo de
alumnas extranjeras de la escuela participaba junto con el resto de
alumnado habitual.
Durante
mucho tiempo escuchamos los orígenes de nuestra historia madrileña.
Contemplamos admirados restos de yacimientos paleontológicos,
fósiles distintos y fondos arqueológicos correspondientes a
yacimientos del Paleolítico Inferior y Medio encontrados en nuestra
provincia.
Pasamos
por la época romana, la visigoda y la árabe, contemplando la
evolución y el estilo de los utensilios y herramientas. También nos
sorprendieron los videos que se mostraban en el museo, mostrándonos
como era la vida en aquel entonces en labores tan cotidianas como era
la caza, la alfarería, el encurtido de las pieles para su uso, entre
otras cosas.
Como
era lo lógico, nos hicimos fotos en el patio principal y nos
explicaron la leyenda del profundo pozo del que subió agua tras los
rezos del santo para salvar la vida de su hijo (uno de los milagros
atribuidos al patrón de Madrid)
Al
final de la visita, bajamos a otra planta para contemplar las piezas,
los mosaicos y las maquetas que nos parecieron sumamente
interesantes. Como ya llevábamos tiempo en el museo, algunas alumnas
estaban un poco cansadas, por lo que optaron por subir a la planta
principal en el ascensor del museo. Un ascensor que inesperadamente
se quedó parado entre dos plantas y que no hubo manera de mover en
marcha.
Cinco
alumnas (dos de ellas de español para extranjeros) se quedaron
atrapadas en el ascensor. El resto, junto a tres de los profesores,
salió fuera del museo esperando a los compañeros. Los tres
profesores restantes, nos quedamos junto al equipo del museo que
había avisado a los técnicos responsables del mantenimiento y uso
del ascensor.
Transcurrió
mucho tiempo, ya que el técnico, a pesar de los múltiples
requerimientos urgentes, no llego. Mejor olvidar lo malo y
desdramatizar el tema para quedarnos solo con lo bueno, con la
aventura que recordaremos entre risas en la escuela mucho tiempo. En
el tiempo de espera, tratamos de inventar cualquier cosa para
promover la risa y la calma. Al final tuvieron que venir los bomberos
que abrieron el ascensor en un abrir y cerrar de ojos. (Corría el
rumor de que en Madrid estaban los más guapos y los más
profesionales y las alumnas atrapadas decidieron comprobarlo) También
vino el SAMUR, ya que tras el tiempo transcurrido, a una alumna de
las atrapadas en el ascensor, acabaron pudiéndole los nervios.
En
fin… cuando todo hubo pasado y todos volvíamos a nuestra casa
sanos y salvo relatando entre risas la aventura, nos dimos cuenta de
la entereza y valentía que caracteriza a todas nuestras alumnas.
Las chicas de español para extranjero (una de ellas embarazada)
alababan a las otras tres alumnas que trataban de bromear y disimular
ante ellas sus propios nervios, animándolas en todo momento, a pesar
de las limitaciones del idioma entre ellas.
Era
la primera actividad en la que mezclábamos a las alumnas, pero
quedaron hermanadas. El resto del alumnado y profesorado se había
quedado preocupado en la calle esperando la salida de las compañeras
y no se marchó a su casa hasta que vieron que todas estaban bien.
Mucho
hemos aprendido en esta semana pasada de esta aventura inesperada. No
importa la edad, no importa la nacionalidad, no importa el idioma.
Nos
tenemos a nosotros mismos como personas. Un refugio importante donde
acudir, donde aprender y poder expresar lo que
sentimos. Todos somos miembros de la misma
familia, una gran familia llamada Escuela de Adultos de Villa de
Vallecas.